OBRA

El infinito rodar.

La gráfica de Roberto Martínez.

¿Cómo se puede hablar de un artista? Y más aún, ¿cómo se puede hablar sobre su arte? La aparición sublime del decir poético de toda obra artística excede a las palabras. De ahí que la letra por sí sola corra un doble riesgo: ser insuficientemente profunda para transmitir la vivencia artística, o ser en extremo arrogante al pretender “entender mejor” al artista. Este riesgo, sin embargo, se debe tomar en la medida en que puede abrir un campo de reflexión compartido por el artista mismo.

Hablar de la obra de Roberto Martínez coincide con una experiencia. Una experiencia en el sentido más fuerte de la palabra: es un ver que te invita a andar. La bicicleta tan solo es el pretexto de una exhortación más profunda, de un descubrir urbano distinto, de un encuentro peculiar con la ciudad.

La técnica del artista es su práctica más íntima. Su ejercicio constituye el medio de transpiración más directo. Es el punto de contacto con este mundo; es la conexión entre su génesis poética y nuestros sentidos.

Roberto Martínez habla con la tinta, la prensa y el papel. Su grabado es una extensión palpable de su ser; esfuerzo y sudor, fricción del metal y la corteza terrena. Práctica dispuesta a la creación. La estampa como resultado de un encuentro físico con los elementos naturales. Madera, gubias, trazos y el sostén de un sillín. El artista se funde con su material orgánicamente para dar forma a la inspiración que lo rebasa.

La bicicleta aparece como centro de su obra y con ello, por supuesto, las prácticas de convivencia que trae consigo: oficios, deportes, camaradería y asombro. En su exposición Toda una vida rodaría contigo en la Central del Pueblo de la Ciudad de México, Roberto Martínez compartió su encuentro con los eternos ciclistas de la ciudad: vendedores de queso,  cargadores de mercancía y comerciantes de aves. Resultado de charlas y un recorrer constante de su natal pueblo de Tláhuac, el artista juega con las palabras e impresiones de los trabajadores. En Ya no cantan los pájaros, por ejemplo, construye un campo de tensiones entre “el dominio” del pajarero y la inherente libertad del ave. La obra del artista exhibe las posibilidades de interpretación propias a su hacer.

El rodar constante de la tinta sobre el papel amate invita, entre otros motivos, a una reflexión sobre la amistad. En su exposición ¡Pedalea, Libérate!, en el Instituto Tecnológico Autónomo de México, Roberto Martínez parecía insinuarnos una doble invitación: por un lado, nos hacía un llamado a la reflexión urbana sobre el lugar-en-común del peatón en la ciudad; por otra parte, mostraba la intimidad que un andar peculiar como “el pedalear” trae consigo: una solidaridad humana que solo se encuentra compartiendo, cuerpo a cuerpo, el espacio mismo.

Roberto Martínez, quien estudió Artes Visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, ha impreso en su trabajo una dedicación particular en pensar lo urbano. Al reflexionar su obra—deleitable tan solo con el contacto primero y con la práctica que evoca—nos enfrentamos con el carácter absolutamente abierto de la ciudad: un espacio en interminable construcción, en disputa en la medida misma en que nos pertenece; común a la vista de su imposible cerrazón a toda diferencia

De esta reflexión se extrae que el andar que la obra de Roberto Martínez  nos sugiere es una posibilidad más para vivir la ciudad. Un infinito rodar evocado por la poética creación del artista.

Al final, las palabras sobre la obra de Roberto Martínez, más allá de toda reflexión que puedan insinuar, son una invitación a la experimentación sensorial: un descubrimiento vivo que anda, ve, pedalea y se asombra.  

Francisco Osorio Adame

Grupo de Ciclismo Urbano del ITAM

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